Un pequeño consejo.

UN PEQUEÑO CONSEJO. No traduzcan de noche y con sueño.

Háganme caso, se lo digo por experiencia.

Una vez me encargaron una traducción jurídica (una sentencia) de 2 500 palabras para la que solo disponía de un plazo de tres noches y un día entero. Que el plazo abarcara ese día entero lo decidí yo, en un esfuerzo de cálculo que después demostraría ser muy acertado. Puesto que trabajo a jornada completa, solo disponía de las noches y ciertos ratos libres para traducir, sin contar el día entero que dejé al final. Así que, cansado de pasar ocho horas de estrés (créanme, subtitular informativos es estresante, sobre todo cuando no cuelgan los vídeos para poder transcribir totales hasta el ultimísimo momento), llegaba a casa a las 22:00 y me ponía a traducir a las 22:30, hasta que mis ojos decían «basta». Imagínenme intentando mantener los ojos abiertos mientras buscaba apoyo en Alcaraz, indagaba como loco para encontrar textos paralelos y desconfiaba de ciertos intentos de traducción que asoman por la red (¿«service of process» como «servicio de proceso»? Try again). Conseguí  terminar de traducir antes de llegar al día entero de plazo, día que había decidido dedicar a desentenderme y a obligar a un corrector a que revisara el grueso de la traducción.

Esa misma mañana de aquel día entero recibí la corrección, maravillosamente presentada con control de cambios, con sus rectificaciones de terminología y sus retoques de estilo; le eché un vistazo rápido y quedé encantado.

Puesto que la había recibido con tiempo, me olvidé durante un rato del trabajo. Dejar reposar la traducción es una medida que recomiendan adoptar para después percatarse mejor de los errores, así que dediqué parte del día a cocinar con la ayuda de Chloe y sus sabios consejos, gracias a los que obtuve un magnífico bizcocho de plátano. Avanzada la tarde, a eso de las 18:00, me puse a cotejar la traducción con el original. Menos mal que lo hice.

Tengo que explicarles que la sentencia consistía en que la demandada (Defendant), la madre, no deseaba criar a la menor y la guarda y custodia recaía en exclusiva en el padre, el demandante (Plaintiff). Pues bien: llegó un momento en que, hacia el final de la sentencia, en el fallo, supongo que por un cortocircuito en el cerebro probablemente provocado por el sueño, había traducido «Plaintiff» como «demandado»:

EN CONSECUENCIA, SE ORDENA, FALLA Y SENTENCIA que el demandado ejerza en exclusividad la guardia y custodia física y jurídica de la menor […].

Tras el síncope vasovagal que me dio al percatarme (o quizá fue un infarto, no sabría decir), conseguí reunir fuerzas para subsanarlo. Lo curioso es que, quizá por el género masculino de la palabra en cuestión y porque durante toda la sentencia quedaba claro que era el padre quien se iba a quedar con la custodia, el revisor también había pasado por alto el error. Quizá fue mi ángel de la guarda; quizá el karma; quizá mi, hasta entonces nula, capacidad previsora, que se desarrollaba de repente. El caso es que me salvé por los pelos. Pero quién sabe si, de no haber previsto el día entero en el plazo, la traducción estaría entregada con tan grave error. Error por el que, si hubiera jurado la traducción, bien podrían pedirme cuentas.

Por eso, aunque luego decidan no hacerme caso, aunque ustedes lo hayan hecho toda su vida sin consecuencias, me permito darles ese consejo: no traduzcan de noche y con sueño.